lunes, 27 de enero de 2014

Cada cuatro años
El Cabrero


Cada cuatro años se visten de limpio,
salen de su torre, bajan del Olimpo,
van a los mercados, visitan asilos
y, al que pide agua, le ofrecen el Nilo

Cada cuatro años es la misma farsa,
la metamorfosis, la gran fantochada.
Guardan el Armani, rescatan la pana,
la Marcha real y el que Viva España

Cada cuatro años vuelven a la cancha
con el mismo lema: todo por la pasta
Venden a su padre, venden a su amigo
y se venden ellos si fuera preciso.

Cada cuatro años, la gran caravana,
se sienten atletas - el poder no cansa -
llegar a la meta, repetir hazaña
y, si hubo ruina, pintar la fachada.

"Cada cuatro años", live en la Jimmy Jazz Gasteiz



Emiliano Domínguez ZAPATA

jueves, 23 de enero de 2014


CIUDADANO CAN

En el pueblo la gente hablaba mal de mí.
Sólo  porque tenía un negocio que me iba bastante bien y en el que daba trabajo a cualquiera que lo solicitase.
Especialmente a mujeres, inmigrantes y jóvenes recién licenciados.
Un día, en la sección de cartas al director, un joven que se creía Einstein pero no era nada más que un vago que no quería trabajar para mí, publicó una carta ofensiva.
Con las ganancias de los sueldos que no pagaba compré el periódico local. De esa manera evité comentarios, rumores e infundios periodísticos.
Aunque no pude evitar que en la radio provincial la tuvieran tomada conmigo. Decían que estaba contaminando las aguas del río con los vertidos ilegales de mi empresa.
Con el dinero que ahorré en filtros y depuradoras me hice con la radio provincial.
De esta forma se dejaron de escuchar noticias relacionadas con mis asuntos empresariales.
Hasta que en un informativo especial de la tele regional emitieron un programa sobre las causas de mi éxito empresarial. Algún avispado periodista decía cosas absurdas, como que recibía adjudicaciones, re-calificaciones, ayudas y demás prebendas monetarias. No era del todo cierto.
Sólo eran intercambios fraternales que recibía de los amigos a los que trataba bien en la prensa local y en la televisión provincial. Y como personas educadas que eran, esos amigos sabían ser agradecidos.
Como prueba de su agradecimiento y amistad, de vez en cuando me invitaban a sus fiestas, donde entre copa y copa de Dom Pérignon hacíamos pequeñas operaciones financieras,  más que nada por divertirnos, sin ánimo de lucro, porque a todos nos gustaba jugar al monopoly de pequeños y aquello era mucho más excitante.
Tan bien nos llevábamos que de vez en cuando me concedían alguna suculenta subvención.
En vez de invertir el dinero de las subvenciones en la seguridad y la modernidad de mis empresas, decidí hacerlo en adquirir la tele regional.
Un día llegaron a mí rumores de que un político, aburrido y resentido porque no le invitaban a ninguna fiesta,  había manifestado en voz baja una opinión despectiva sobre mis negocios.
Mi decisión fue fulminante. Con el poder de la tele regional y gracias a mis contactos fraternales y a una bacanal un poco subida de tono, conseguí hacerme con el control del partido político discordante.
Pero al resto de partidos les inquietó aquella maniobra tan ladina y calculada y empezaron a circular difamaciones y acusaciones sin mucho sentido. Ellos lo llamaban oposición constructiva.
Para mí que se estaban inmiscuyendo en asuntos que no eran de su incumbencia.
Mi reacción fue echar mano de todas mis influencias, mi dinero, mis amistades, mis medios de comunicación y así logré ganar las elecciones con una ventaja aplastante sobre el resto de partidos.
Pero como aún había irresponsables que preferían votar a otros partidos, una vez llegué al poder me fui haciendo poco a poco con todo el país, con sus periódicos, los consejos de administración de sus empresas, sus plataformas digitales, las acciones de todos los bancos, la voluntad de sus jueces, la capacidad de pensar de sus mentes…
Cuando ya creía tener todo bajo control decidí  retirarme una temporada y regresé a mi pueblo natal.
Me entristeció comprobar que no quedaba ni rastro del periódico local, ni de la radio provincial, ni de la televisión regional, ni de la gente que había trabajado antiguamente en mis fábricas.
Todo y todos habían desaparecido hacía tiempo y los pocos que quedaban fingían no conocerme.
Era deprimente encontrarse, después de tanto trabajar e intrigar, con no tener nada ni nadie a quien eliminar.
Así fue como una noche de insomnio, la primera de mi vida por cierto, me dio por empezar a criticarme a mí mismo.
Desde entonces ando sobresaltado con la idea de que alguien que se parece mucho a mí  trata de secuestrarme, de imponerme sus descabelladas ideas y,  al no conseguirlo, de arrojarme envuelto en un bloque de cemento a uno de los ríos que contribuí a envenenar.


Este relato pertenece a mi primer libro "Gente sin tino" y obtuvo un premio en un pueblo de Albacete, Munera, "El molino de la bella Quiteria", en verano del 2003. Un premio con resonancias cervantinas, por tanto.El relato estaba escrito mucho antes y en parte es una premonición de la podredumbre con la que nos intentarían sepultar algo después.Enlazando una cosa con otra, llegué a la conclusión que sólo había dos formas de encarar esa indigna inmundicia que la mayoría llama crisis cuando no es más que otra estafa de los de siempre.Sanchos y Quijotes. A partes iguales. Y que el viento de los molinos espolee sus anhelos.



domingo, 19 de enero de 2014


  

GAMONAL

En Gamonal las calles han estallado, por fin. La gente, harta de mamoneos, corrupción, despilfarro, paro, precariedad y un futuro inexistente, ha salido a la calle a decir: BASTA YA.

El detonante ha sido un bulevar, pero podría haber sido un museo, un paseo, un aparcamiento o incluso un aeropuerto. Este país se ha llenado de mamotretos que ahora nos escupen a la cara para qué han sido construidos: enriquecer aún más a unos pocos y empobrecer, más todavía, a la inmensa mayoría. Esa mayoría que les gustaría que fuera silenciosa. Pero todo tiene un límite, y cuando el subsidio no da para más, te cortan la luz y tienes que comer con un pollo durante varios días, no te queda otra que salir a la calle. Y cuando, como en Gamonal, la gente sale a la calle es porque ha descubierto que hay otra democracia. Una democracia que no caduca al segundo día de cada cuatro años. Una democracia que no es utilizada para aplastar a los débiles. Ni para recortar servicios sociales y libertades individuales y colectivas. Porque cuando meten la tijera lo primero que hacen es llevarse por delante tu libertad para dejar en su sitio el miedo a perder más. Son lentejas, nos dicen. Y si tienes la suerte de encontrar un curro ya sabes lo que toca. A tragar. Así es como quieren seguir esos empresarios de éxito y esos mandamases que tan buenas migas hacen con sus amigos los políticos. Tal para cual. Hasta que las calles explotan (metafóricamente), y en un barrio de una ciudad conservadora de Castilla la gente se une para defender lo que creen justo. Eso es democracia, también. Aunque provenga de la calle, de la puerta de casa. Y es una democracia mucho más sana, porque puedes ver la cara de tu vecino, la pancarta del tendero donde compras el pan. Y eso hace que la gente se sienta mejor. Porque nos habían arrebatado la dignidad y el orgullo y gracias a Gamonal lo vamos a recuperar. Eso es lo primero para salir de esto. Empezar a sentirnos un poco más fuertes, mejor, más unidos. Más libres para decir lo que pensamos: que a partir de ahora ya sabemos, con total seguridad, donde se encuentra la verdadera democracia. El poder del pueblo. El poder de decidir cómo quiere edificar sus barrios, de qué manera quiere transitar por sus “bulevares”, quienes van a ser sus “políticos” y que es lo que van a leer en la prensa. Basta ya de manipulaciones,  porque estamos hartos ya de que nos impongan su sistema de pérdidas y ganancias, de que nos arrinconen en casa, a oscuras, lamiéndonos nuestros miedos. La gente de Gamonal ha vencido ese miedo. Por eso hoy pueden pasear, libres, por las calles de su barrio. Y nosotros también.

miércoles, 15 de enero de 2014

EN LA LIBRERÍA


Me cuenta un amigo librero que el otro día entró por la puerta un cliente. Venía preguntando por el último libro del ex­-presidente que fue incapaz de ver la crisis. No le tengo, le dijo el librero, ese tipo de libros no me interesan. Pues usted que se lo pierde, le debió de contestar al librero o algo por el estilo. Al día siguiente llegó una nueva clienta preguntando por el segundo tomo de las memorias del ex presidente que no fue capaz de ver las armas de destrucción masivas en Irak.  No le tengo, le dijo el librero, es un tipo de libros que no trabajo. Pues debería de hacerlo, le dijo la clienta, que no están los tiempos como para desdeñar unos buenos ingresos. De paso se puso a curiosear por las estanterías buscando el libro de Belén Esteban, el best-seller de las Navidades. Allí estuvo la buena mujer diez minutos hasta que cayó en la cuenta de que si no tenía el libro de su genovés  preferido, menos tendría el de la princesa del pueblo. Y se fue. A los pocos días apareció un nuevo cliente. En esta ocasión venía preguntando por un libro donde se explicaba todo lo que queríamos saber pero temíamos preguntar sobre la gestación de la crisis. Nadie mejor que el ex ministro de economía del anterior gobierno para esclarecérnoslo, con información confidencial y cartas secretas guardadas en la manga. La contestación del librero fue la misma. Ni le tengo ni me interesa. Ya, le dijo el cliente un poco azorado, a mí tampoco es que me interese mucho, pero seguro que tiene algunas confesiones de interés para...  ¿Para quién? Le contestó secamente mi amigo librero, que no solía cortar a sus clientes y les dejaba hablar, la mejor manera de conocerlos y luego saber qué libro recomendar. Verá, le dijo el librero, ya un poco cansado de que su negocio se hubiera convertido en un lugar de peregrinación de ovejas descarriadas del rebaño, mientras yo esté regentando esta librería aquí solo entrarán libros de verdad, obras de la literatura, libros decentes que cualquier persona pueda leer, libros para entretener, para pasar el rato, para reír, para llorar, para que quien lo lea se sienta vivo y sea un poquito más sabio que cuando entró aquí. Y como da la casualidad de que nada de eso se cumple en esos libros que les escriben a ex presidentes, ex ministros o ex tertulianas, por eso ni me molesto en pedírselos al distribuidor. No los necesito, ni para vivir ni para aprender. ¿Queda claro?  Ahora, si quiere que le aconseje alguna lectura para estos días lo puedo hacer con mucho gusto, porque forma parte de mi negocio y de mi actividad.  Bueno, le debió de contestar el cliente, si se pone usted así... ¿qué me aconsejaría?

Y ahí fue cuando el librero empezó a ver el cielo abierto. Un cliente que quiere conocer las cosas por sí mismo, no las trolas que le van a contar unos estafadores. Y empezó a sacar de las estanterías un libro tras otro. Quiere crisis: aquí tiene “Democracia” de Pablo Gutierrez. Quiere burbujas inmobiliarias: “Crematorio” de Rafael Chirbes. Si quiere reírse un rato aquí tiene este: “Karoo” de Steve Tesich. Acción: “El misterio de la cripta embrujada” de Eduardo Mendoza. Si quiere desasosiego aquí tiene este “La carretera” de Cormac McCarthy. Si quiere leer cuentos: Gonzalo Calcedo. Poesía: Ángel Rodríguez. Ensayo: Juan Carlos Monedero. Si quiere un libro sobre perdedores: “El anarquista que se llamaba como yo” de Pablo Martín Sánchez... Epopeyas: “Herejes” de Leonardo Padura. Al final, mi amigo el librero le recomendó un libro auto-editado: “La República Independiente de San Nadie”, y de propina le obsequió al cliente con una confesión y un  consejo. Mire, le dijo al cliente, no se ofenda, pero estos impresentables que ahora vienen a contarnos todo lo que saben,  en su momento  intervinieron, por acción u omisión, en crear la situación que ahora todos padecemos. Y lo peor de todo es que una editorial muy influyente y poderosa les pague una fortuna por perpetrar estos mamotretos. Eso es la cuadratura del círculo, primero nos arruinan y después sacan tajada. Pues conmigo que no cuenten, si me tengo que arruinar lo haré yo solito, no con la ayuda de nadie, y menos de estos tipejos. La literatura es una de las pocas cosas libres que  quedan en este mundo. No la prostituyamos.  
El cliente se fue con el libro más contento que unas castañuelas y el librero quedó aún más. En cuanto a quien esto escribe, ni les cuento...

viernes, 3 de enero de 2014



(Julio Cortázar. 1914-1984)


RAYUELA


Conozco el camino hacia el CIELO. Dijo, la maga, cerrando los ojos.
Y  esa noche todos nos quedamos petrificados, como estatuas de sal.
Como desfilan las ánimas del PURGATORIO.
Llovía en París, aguacero de absenta y faroles
a media luz que proyectaban sobre los adoquines figuras espectrales.  Las
esquinas ululaban historias apócrifas sobre los moradores de la bohemia.
Todas las sombras se dirigían en tropel al INFIERNO,
pues  era el camino más corto hacia el éxito. La maga
quiso hacerle una visita a Jim, el más bello y salvaje.
Père-Lachaise quedaba lejos de allí, además, Jim aún
no  había regresado de su último viaje a las puertas de la percepción.  
En ese momento el mundo empequeñeció, y el argentino intentó perseguir
el sonido hiriente de un saxo tenor que sonaba a lo lejos.  
Los demás seguimos a lo nuestro: embadurnar paredes,  
romper folios, beber la vida… Todos menos el ciego, él jamás sería capaz
de atravesar la línea de sombra, de avanzar un poco más allá.